Maternidades en primera persona: el amor, la lucha y la transformación
Desde lo cotidiano hasta lo profundo, la maternidad nos transforma. A través de las experiencias de quince mujeres, esta nota refleja lo que nos une como madres y las luchas diarias que enfrentamos.
El Día de la Madre es quizás una de las fechas más movilizantes del año. Por lo que despierta en quienes son mamás, en sus familias, por los encuentros y las ausencias. En esta nota, elegí compartir mi mirada y la de muchas otras mujeres que son mamás de una manera diferente, en clave de nuestro presente, nuestras sensaciones y experiencias. Primero, antes de presentárselas, es preciso desandar dos cuestiones.
“Una fecha comercial”
Muchas veces se pone el acento en que “es una celebración comercial”. Lo es, sin dudas, en tanto hijos e hijas buscan hacer obsequios y los comerciantes persiguen mayores ventas. No alcanzo a ver esto, desde mi perspectiva, como algo negativo.
Por el contrario, genera un movimiento de compras, viajes, llamados telefónicos, saludos, homenajes e incluso visitas al cementerio que solo se comparan con lo que ocurre en las fiestas de fin de año. Y eso que pasa, más allá de algunos compromisos familiares o sociales, siempre tiene el mismo trasfondo: nuestra relación con nuestras mamás, y en el caso de quienes ya son madres, nuestro propio vínculo con la maternidad.
Encuentros y ausencias
En cada Día de la Madre, nos reunimos o nos comunicamos con nuestras mamás, regalamos cosas, hacemos comidas ricas, celebramos. En otros casos, rendimos homenaje a su ausencia, evocamos su recuerdo. Hay quienes también atraviesan horas difíciles pensando en los que ya no están, o en lo que no pudo ser. Se suman también aquellos y aquellas cuyo vínculo con su madre se rompió, no existió.
Para todos, casi sin excepción, no es un día más. Por el contrario, todo amor, todo dolor, está ahí en la superficie para que, con el rito que elijamos, podamos atravesarlo.
Del homenaje al presente
Todos los años, en estas fechas, desde las instituciones, los medios de comunicaciones y otras organizaciones, se dan a conocer justos y valiosos homenajes a aquellas madres que, desde cada perspectiva, se consideran ejemplos de lucha, de generosidad, de resiliencia. Miles de historias que construyen en toda esa diversidad este ideario común que tenemos en torno a las madres.
Este año, pensando en esta fecha, en esta nota, quien escribe no podía encontrar el modo de encarar la cuestión. Mi reciente maternidad, mi presente y el de muchas de las mujeres que conozco, de diferentes edades y caminos recorridos, hacía que no pudiese elegir una historia para contar, es decir, una por sobre todas las otras.
Después de mucho darle vueltas al asunto, sentí que quería hablar con todas. Como eso era impracticable, propuse un formulario anónimo con diez preguntas, que compartí en mis redes sociales, y del que se hicieron eco quince mujeres mamás, que se tomaron su tiempo para pensar sus propias maternidades, y escribir conmigo esta nota.
Con la lectura de las respuestas, confirmé lo que me dijeron mi vieja y mis amigas cuando iba a ser mamá por primera vez: hay tantas maternidades como mujeres criando. Firme en la creencia de que cada experiencia es diferente, luego de leer todo lo que escribieron, encontré, sin embargo, que son muchísimas las cosas que nos unen y nos interpelan de la misma manera. También me quedé con la profunda sensación de que, en mayor o menor medida, toda maternidad es una historia de lucha.
Tu vida transformó la mía
La maternidad nos cambia en muchos sentidos. Hay cosas que tienen que ver con las costumbres, los hábitos y las rutinas que se ponen patas para arriba y para siempre. Una mamá me contó que la maternidad la ayudó a “afianzar su autonomía en las decisiones tanto de la cotidianidad como en otras situaciones”.
Otra me contó que la vida le cambió por completo, y que lo único que sostuvo fue trabajar: “El resto uno lo deja de lado para dedicarse a la maternidad. A veces forzado, a veces sale así y ya”. “Desde que soy mamá, deje de ser yo; de centralizarme. Sos mamá siempre por sobre todo”, me dice otra, y en la misma línea, una tercera afirma que “básicamente todo lo que conocía perdió sentido, desde el momento que fui mamá. Mis prioridades y necesidades fueron en torno a mi hija y procurar su bienestar”.
Los testimonios van por el mismo lugar. La maternidad lo cambia todo: “Las prioridades, mis metas, hábitos. La manera de ver situaciones o cosas cotidianas”. Muchas de ellas dan cuenta en detalle de las cosas que dejaron y las nuevas que aparecieron, y ahí las tareas domésticas comienzan a tener un rol preponderante.
“Voy aprendiendo o intentando tener más flexibilidad y a ser paciente. Creo que todas vamos logrando optimizar el tiempo, por ejemplo, destinado al estudio y tareas domésticas”, dice otra mamá. Y una más, agrega “Me cuesta mucho encontrar tiempo para cosas que me gustan”.
Un ratito a solas
Cuando las mamás quedan por un ratito solas, cuentan que aprovechan para “hacer algo para mí, poder respirar aire puro y un poco de silencio para pensar”, participar en reuniones sociales -aunque aclaran que la mayoría la hacen en familia-, salir a caminar, entrenar, encontrarse con amigos, escuchar música, hacer actividades espirituales como ir a misa u otras prácticas, ir al psicólogo o ir a depilarse.
Una de ellas, incluso, casi habló por mí: “Tomar café, estar en silencio siempre que puedo”.
Las tareas de crianza
Sobre cómo llevan la responsabilidad en las tareas de crianza, de quince respuestas, tres contaron que lo hacen o tuvieron que hacerlo solas. Quizás sea un signo de los nuevos tiempos, pero fue gratificante encontrarse con que las tareas de crianza son compartidas con sus esposos, compañeros, padres o familiares de los hijos y las hijas.
Aunque, ante la pregunta de cómo hacen con los horarios, el trabajo, las actividades, muchas de ellas respondieron “¡magia!”. “El tiempo no me alcanza, vivo haciendo todo a las corridas y estoy desquiciada”, confesó una y, por supuesto, también me interpeló.
Yo madre, yo hija
Muchas de nosotras, luego de ser madres, revisamos nuestro propio vínculo con nuestras mamás. Para bien o para mal, terminamos comprendiendo muchas cosas desde otro lugar. Esto también fue algo que todas de algún modo mencionaron en sus respuestas.
Una de ellas piensa que no hay tantas diferencias entre lo que vivió su mamá y ahora ella, pero destaca que hoy “hay más controles en la salud de los hijos”, y que sostenemos “conversaciones con hijas, hijos, que antes con nuestros padres resultaban incómodas”. El tema de la comunicación vuelve a emerger en varios testimonios: “Otra diferencia es la comunicación, hablo mucho con mis hijos”; “que mis hijos tienen diálogo conmigo, si algo les pasa es a la primera persona que acuden, son mucho más cariñosos y abiertos que lo que yo fui con mi madre”; “ahora hay mayor diálogo y no hay temas tabúes. Todo se habla entre los miembros de la familia”.
“Ellas hicieron lo que pudieron, con una mentalidad bastante cerrada. una diferencia grande es querer mi individualidad, apreciarme como mujer”, me explica otra mamá. Muchas de ellas identifican que antes se maternaba puertas adentro y con exclusividad, y respecto a eso, dice una: “en comparación, me siento privilegiada”.
Otra mamá, un poco más categórica, reflexiona: “Me parece que cada generación ha tenido distintos mandatos en relación a la crianza y a la maternidad, pero lo que no cambia es que siempre son o han sido asfixiantes. Van cambiando las formas en que la sociedad nos rompe las pelotas y nos exige cosas, mientras nos deja solas”.
Más allá de las diferencias, todas las respuestas dan cuenta, sin embargo, que la forma de ver a la madre o a la persona que las crió cambió radicalmente luego de su propia maternidad: “Entendí siempre que mi vieja hizo lo que pudo con lo que tenía”; “cuando la veía enojada, cansada, ahora la entiendo”.
Qué cambiaríamos de lo que hicimos
“Sí hubiera sabido más cosas acerca de la crianza hubiera cambiado varias, una hubiera sido escuchar más a mis hijos”, piensa una mamá con chicos grandes. Otra cambiaría, si pudiese, “la falta de tiempo, o la disposición del tiempo”, y en esa misma línea, una agrega “haber podido tener más tiempo de calidad cuando fueron más pequeños, que por trabajo no tuve”.
También mencionan la paciencia, los miedos, las responsabilidades compartidas, la autoexigencia y la exigencia sobre los hijos, la inflexibilidad. Como en una noria, las mamás damos vueltas permanentemente en torno a nuestros errores y aciertos.
Nos tenemos
Una de las preguntas era casi una propuesta, preguntarle algo a otra mamá. Entre las respuestas (qué te angustia, cuál es el mejor regalo, cómo frenás un berrinche, si el dinero te limita para tomar decisiones, si sos feliz, y muchas otras), había dos que se repitieron varias veces, que las leí casi como un abrazo: “¿Qué necesitás?”, “¿puedo ayudarte?”.
Casi una conclusión
Sobre la última pregunta, qué sentís cuando ves dormir a tu/s hijo/s, voy a preservar las respuestas, porque tengo la certeza de que las escribieron con el corazón en la mano.
Lo que sé es que nos desborda un profundo amor, que hacemos mil cosas, nos equivocamos, volvemos a empezar, nos cansamos, reímos, soñamos. Pero todas, todas, hacemos lo que podemos, y lo que podemos es un montón.
Comentarios
Para comentar, debés estar registrado
Por favor, iniciá sesión