Los clubes y su corazón de casa
Escribo esto, como casi todo lo que escribo desde que vivo en Villaguay, con la mirada de la extranjera. Y lo hago también desde las propias vivencias, años atrás, en el norte santafesino.
El club -Agricultores Unidos de San Roque primero, el Club Atlético Matienzo después- fue un espacio de pertenencia para mis viejos, mis hermanos, mis primos, para toda mi familia.
A fines de los 80 y principios de los 90, acompañábamos a mi viejo en los torneos del campo, con Agricultores, sábados, domingos, en el asiento de atrás del Renault 12 o en la caja de la Ford, tapados con una frazada hasta que terminaran los partidos, jugando a la escondida con otros chicos mientras esperábamos que terminen las reuniones de comisión, las asambleas.
Ya en el pueblo, a mediados de los 90, Matienzo se convirtió en nuestro segundo patio de casa: el vóley, el fútbol, las interminables tardes de pileta y tereré durante los veranos. Y otra vez las reuniones, las subcomisiones, las cenas a la canasta, los pollos a beneficio.
Me fui a estudiar a una ciudad grande al terminar la secundaria, y la vida de club quedó atrás, como uno de esos lugares seguros de la memoria: ahí se quedaron los amigos, las alegrías, las frustraciones, el campeonato de mi hermano, los goles de mi otro hermano, los Gran Prix eternos y los viajes en traffic con mi hermana para jugar al vóley, mi vieja cobrando entradas, mi viejo bajando los sillones del baúl para ubicarlos en la enorme sombra que se tupía detrás del alambrado.
En la soledad de la multitud de una ciudad enorme, el club salió de mi mapa.
Al llegar a Villaguay, pocos días después de una incalculable mudanza y vuelta de página, mi compañero se fue hasta el club, su club, ADEV. Y se llevó a nuestro hijo.
Ahí se encontró con sus amigos, jugaron al básquet, y esa distancia que él había tomado de su propia vida de club, de repente se acortó sin mediar ninguna elaboración. Estaba ahí, en la cancha, con su hijo corriendo junto a los hijos de sus amigos.
Pasaron tres años desde entonces. El +35 de ADEV jugó durante ese tiempo todos los torneos, tuvieron momentos difíciles, decepciones, cansancio, y también muchos asados, anécdotas, historias, su propio reencuentro con el camino recorrido.
El año pasado, jugaron una semifinal, y la perdieron. Nuestro hijo lloró de bronca, de frustración. Esos hombres grandotes de voces y manos gruesas lo consolaron durante todo el viaje como a su propio hijo, le contaron que el deporte daba revancha.
Y junto a su papá, él volvió luego del verano al club, todas las semanas, a cada entrenamiento, cada partido, junto a uno de sus mejores amigos, hijo de un amigo de su papá, y también jugó noches enteras entre el humo del choripán y las zapatillas húmedas por el rocío con otros gurises que habitan esos enormes espacios llenos de pelotas, ruidos de zapatillas y ecos de otros gritos.
El domingo pasado, el +35 de ADEV se consagró campeón por primera vez en el torneo que organiza desde hace algunos años la Asociación Villaguayense de Básquet.
En la madrugada del lunes, los festejos de los grandotes se extendieron por varias horas. Al igual que en el segundo punto de las semifinales, estuvieron acompañados por sus familias, sus hijos, sus amigos queridos, aquellos que los esperaron en la tribuna y en casa a lo largo de todo el campeonato.
Y la alegría deportiva fue también una alegría existencial. Algo de la propia historia se puso en juego: el esfuerzo de cada uno de ellos y de las personas que estuvieron detrás, las cosas que resignaron, el cansancio que muchas veces obviaron, las discusiones y las carcajadas que compartieron, y el recuerdo de los viajes y los partidos que jugaron juntos desde que eran gurises, cuando el club que los vio crecer era también su hogar, su patio.
Desde que llegué a Villaguay, volví a sentir esa sensación que creí olvidada, y por eso admiro y celebro el sentido de pertenencia, la importancia y la vigencia de cada uno de los clubes en la vida de los gurises y sus familias, el orgullo de vestir sus camisetas, de habitar con piernas, brazos y sueños ese corazón de casa.
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