Juan Laurentino Ortiz: de poeta de culto a leyenda literaria
Nació en Puerto Ruiz (Gualeguay) el 11 de junio de 1896, y falleció en Paraná el 2 de septiembre de 1978.
Nombrado hoy como “Juanele”, fue poeta y traductor, y aunque por muchos años fue de culto, hoy es considerado como el más grande poeta argentino del siglo XX.
Hijo de José Antonio Ortiz y Amalia Magallanes, es el menor de una familia de diez hermanos. En 1910, después de vivir sus primeros años en la localidad de Mojones Norte, en el departamento Villaguay, cursó la educación primaria en la Escuela Mitre; años más tarde, ingresó a la Escuela Normal Mixta de Maestros de Gualeguay.
En 1913 se trasladó a Buenos Aires a estudiar Filosofía y allí conoció a grandes figuras del ambiente literario porteño de los años 20. En 1915 volvió a entre Ríos, en donde se casó y tuvo un hijo. Residió en Gualeguay hasta 1942, año en que se mudó a Paraná, lugar en el que permaneció hasta su muerte.
Un villaguayense más
Sus años en nuestra región marcaron definitivamente su poesía contemplativa de extensos y cuidados versos. La contratapa de Al Villaguay (y otros poemas) –incluido en la colección Los Nuestros, con introducción y notas de Luis Alberto Salvarezza–, sintetiza: “En todo poeta verdadero, la niñez, su conmoción inaugural ante la naturaleza y la instalación vital en una lengua y un paisaje, son primordiales. Máxime si pensamos que, por entonces, 1899-1905, Villaguay era hacia el noreste la criollísima Selva de Montiel y hacia el este las novedosas colonias judías (…)”.
Entre sus más recordados poemas se erigen los escritos evocando este pago: “Villaguay” dedicado a su amigo Justo Miranda, “Al Villaguay” que habla de nuestro arroyo, y “El Doctor Larcho”.
En una entrevista para Infobae, Mario Nossoti, periodista y poeta que se dedicó a estudiar su vida y obra (La casa de los pájaros, UNL, 2021), sostiene que la experiencia del monte profundo en la Selva de Montiel, “sus primeros asombros cósmicos”, como la impronta de las colonias judías provenientes del centro de Europa instaladas en la región, fueron una influencia decisiva en su formación: “Se dio en ese lugar y ese momento un cruce excepcional”. Nosotti describe al Doctor Larcho como uno de sus “personajes tolstoianos”, y menciona también a “los mismos criollos, conviviendo con los sobrevivientes de las guerras por la conformación de la república y los ecos del Centenario”.
El periodista también afirma que “la utopía inmigrante de una tierra en la que vivir en paz, la tierra prometida que en sus patrias les había sido arrebatada, era parte de lo que se vivía. Esa mirada de estar viéndolo todo como por primera vez, y esa sed celebratoria y trascendente tienen mucho que ver con aquella impronta judía. Ortiz vivenció en la edad más formativa esa combinación de monte semisalvaje, de colonia rural y ciudad de provincia, ahí fue a la escuela, de ahí son sus primeros amigos, su inicio en la lectura, la sociabilidad primera. Con la guía de Miguel Ángel Federik, poeta y abogado amigo de Ortiz, anduve por esas sendas y aparecieron algunos tesoros”.
Su inmensa obra
Entre sus publicaciones más destacadas, se cuentan La Luna (1933), El alba sube... (1937), El ángel inclinado (1938), La rama hacia el este (1940), El álamo y el viento (1948), El aire conmovido (1949), La mano infinita (1951), La brisa profunda (1954), El alma y las colinas (1956), De las raíces y del cielo (1958), En el aura del sauce (1971), y su Obra Completa, editada por la Universidad Nacional del Litoral (2005).
La crítica literaria de nuestro país, anclada especialmente en Buenos Aires, tardó años en abordar su trabajo poético, y cuando lo hizo, lo ubicó en un lugar consagratorio y casi de devoción.
Su imagen casi de leyenda -un hombre flaco, canoso, un poco desarreglado, que fumaba en una pipa muy fina-, acrecienta el mito que rodea a su obra, a la que el escritor santafesino Juan José Saer describió un único libro que "no ha sido solamente un hecho artístico, sino también un estilo de vida, una preparación interna al trabajo poético, una moral”.
Por su parte, el poeta y ensayista Daniel Freidemberg considera que "el ajuste entre la temática, la actitud espiritual y el lenguaje es preciso e indiscernible en Ortiz, quizá más que en cualquier otro poeta argentino. Leer su poesía es oír mentalmente su música y percibir sus visiones, pero también es ingresar en un modo de ver, pensar y sentir”.
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