A propósito del carnaval, el esfuerzo, la alegría y el respeto
En su libro La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, el crítico literario, filósofo y teórico del lenguaje Mijail Bajtin describió al carnaval como un hecho que “está situado en las fronteras entre el arte y la vida”. El autor analizaba al carnaval medieval como un fenómeno popular que “ignora toda distinción entre actores y espectadores” y sostenía que “los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, ya que el carnaval está hecho para todo el pueblo”. Al decir de Bajtin, “el carnaval posee un carácter universal, es un estado peculiar del mundo: su renacimiento y su renovación en los que cada individuo participa. Esta es la esencia misma del carnaval, y los que intervienen en el regocijo lo experimentan vivamente” (el destacado me pertenece).
Habiendo conocido a través del archivo de El Pueblo y de autores como Justo Miranda, Fortunato Echániz y Manuela Mammana, entre muchos otros, algunas características del carnaval villaguayense, sumado a la información más reciente recopilada por el Museo de Carnaval que presentó la Comisión a fines del año pasado, y por último, con la experiencia de haber escuchado sobre muchas lunas de carnaval, y haber vivido otras tantas -especialmente la del sábado pasado- me tomo el atrevimiento de afirmar que el carnaval villaguayense es fundamentalmente una fiesta popular, una experiencia viva, con historia, con tradiciones, que está fuertemente arraigado en la comunidad, y especialmente en sus protagonistas.
Las agrupaciones (murgas, comparsas, scolas, baterías y batucadas) radican sus orígenes en los barrios populares de la ciudad. Con más o menos años juntos, representan el sentimiento de sus calles, sus cuadras, los espacios que habitan durante en los ensayos, las noches enteras armando los trajes y los encuentros.
Durante su despliegue en la pista, los familiares, vecinos y conocidos de los protagonistas, les gritan con orgullo sus nombres del otro lado de la valla, gesto que devuelven con una enorme sonrisa y que los carga de energía para continuar el recorrido.
Para organizar y garantizar el desarrollo de esta fiesta, una Comisión llena de jóvenes que aman el carnaval, se sumergen día a día en una tarea incansable que implica desde cuestiones administrativas y organizativas hasta juntar las sillas al finalizar cada noche.
En ese marco incontestable de esfuerzo y alegría, un comentario plagado de odio cae como una bomba en todos los protagonistas. Nadie quiere estar hablando de algo tan feo. Aunque -afortunadamente- luego lluevan los elogios y los apoyos, estoy segura de que nadie quiere ser objeto de palabras agresivas. Ninguna agrupación quiere tener que estar sentando posición sobre un hecho semejante.
Nadie quiere ser víctima de comentarios discriminatorios sobre su vida privada, y tampoco sobre su cuerpo, algo que también se ha visto en redes sociales, aunque sea algo que tristemente continúa pasando desapercibido.
Me reconforta pensar que es posible que quienes albergan esos sentimientos horribles hacia otras personas sean muy pocos, y que lo hacen por el anonimato o la “seguridad” que les brinda hacerlo detrás de un teclado. Y más allá de lo triste que fue, lo sucedido en redes sociales me deja también la sensación de que como comunidad ya no vamos a dejar pasar con liviandad ese tipo de comentarios.
“Es posible” no. Estoy segura. El sábado, como dice Serrat, “por una noche se olvidó / que cada uno es cada cual”, y todas las personas que colmaron ambos lados de la avenida Alfonsín, sin distinciones, disfrutaron y aplaudieron con alegría y respeto a cada agrupación que hizo su despliegue sobre el circuito, en el marco de una gran fiesta popular que lleva más de un siglo de historia, y que como la sociedad que la vio crecer, vive en constante transformación.
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